Atascado ando yo también. Sólo que no he escrito siquiera la primera novela... XD.
Pienso, porque me haces pensar en ello, que no es tanto un problema de cuánto nos exprime la vida, que también, ya que no es la cosa tan puta como hace cincuenta, ochenta, cien o cientocincuenta años: uno curra sin parar, sí, como también lo hacían nuestros abuelos. Y ellos sangraban, no sabían lo que era tumbarse a la bartola en el sillón ni, ya puestos, podían parar su mesecito de vacaciones para irse de veraneo a una casa rural con excursiones diarias y rutas de esas pedestres, que también tiene su aquél lo de pasarte un día entero andandito porque estás de vacaciones, cuando durante el resto del año no dejas el coche en el garaje ni patrás. A mí me da que la cuestión está en lo muy saturada que está la parcela mental de la existencia, vía tv en especial, en la gran cantidad de cosas que han ideado para que gastemos nuestro tiempo sin tener que darle mucho al coco (a la par de la pasta). Nos acostamos mucho más tarde que antes, casi siempre sin aportar nada nuevo a nuestra mochila de inquietudes (que son las que nos llevan a escribir) para poder ver el último capítulo de Roma o los consejos japos del canal cocina, y casi nunca, contadas las veces, para leer esa búsqueda del tiempo perdido de Proust o lo mucho que le araña la vida al Ulises de Joyce en ese larguísimo día suyo, que de tan cotidiano resulta acojonante. Uno ya no tiende a buscar a los intelectuales que tan bien escriben y tanto le gustan en los cafés, donde puede hablar con ellos y preguntarles y aprehenderlo todo, sino que nos limitamos, y éso de uvas a peras, a verlos discutir por la tele. El gran peligro es cuando por pura desidia dejamos de leer con esa compulsión tan enfermiza y saludable y nos dejamos seducir por el reverso tenebroso de la tele, el camino más fácil, el monstruo cometiempo. Un cierto tipo de muerte.
En fin, dejaré de pontificar que tengo que ver la tele.
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