Afilando almas inocentes
Uno lleva ya unos cuantos años dando tumbos por la vida, cuarenta para ser exactos, y ha aprendido a soportar lo que haya que soportar y a tratar de entender lo que buenamente se pueda entender, hasta el punto de que, a veces, no se plantea lo difícil que puede ser para otra persona realizar las mismas acciones, sobre todo si es un niño, sobre todo si es tu propio hijo que va entrando en la edad de empezar a distinguir la jungla en la que en realidad vivimos.
Hoy he llegado del curro, medio feliz porque es Viernes y tengo cuarenta y ocho horas de tregua antes de volver a la trinchera. Dani, mi hijo, nueve años, me esperaba con la cara triste, a punto de llorar. Es un tío grande para su edad, muy alto, muy fuerte, y a veces nos olvidamos de que su corazón y su cerebro no están en consonancia con su cuerpo. Es un niño, y las cosas le afectan. Logro sacarle a base de paciencia cuál es la causa de sus cuitas. Me mira, con las lágrimas a punto de saltar de sus ojos, y me confiesa que en el cole le hacen el vacío y se meten con él (y me insultan a mí para hacerle daño) porque les ha dicho a todos sus amigos (divina inocencia) que no se considera de Jerez, sino de Cádiz, y que lo que más le gustaría del mundo es poder vivir en Tacita de Plata. Por lo visto, la situación se repite desde hace algún tiempo, y no me lo había querido contar para no hacerme daño.
¿Daño? No, a mí ya no pueden hacerme daño. Llevo diez años en la Frontera, aguantando a veces carros y carretas, sin salirme nunca del tiesto, simplemente porque comprendo que la educación en algunos sitios no es igual a la de otros, y que yo, gracias a mis padres, he tenido la suerte de nacer y criarme en un lugar abierto, en una ciudad negra que acoge a todos los diablos que quieran refugiarse en ella. Hoy me he sentido mal, porque por primera vez he tenido que explicarle a mi hijo que el mundo no es como él lo ve en Disney Channel, que hay tiburones y lobos agazapados en cada esquina, dispuestos a aprovecharse de tus flaquezas para hincar el diente donde más te duele.
Hoy he presenciado el primer síntoma de adultez en mi hijo. Hoy he tenido que enjugar sus lágrimas, y tratar de explicarle que hay que resistir a pie firme contra la intolerancia, contra esa educación pueblerina que niega el aperturismo hacia otros pueblos, hacia otras culturas.
Es duro, muy duro, vivir en la Frontera, sobre todo cuando la ves a través de los ojos de un niño que no entiende, que no puede entender, por qué le machacan simplemente por expresar sus opiniones.
Perdonen ustedes por el desahogo, pero lo necesitaba. Muchas gracias.