Esperando la Marea

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    La Balada de los Cerebros Atrofiados

    Yo, que me paso muchas horas cuidando un cybercafé (antes llamado Instituto de Enseñanza Secundaria), estoy al cabo de la calle en lo que a gilipolleces adolescentes se refiere. Para mí no tienen ningún secreto los cienes y cienes de salas de chat, messengers, webs donde te adivinan el nombre de tu próximo novio (y hasta la fecha de vuestras muertes, llegado el caso), portales llenos de descargas de mal gusto en las que se pueden contemplar desde los accidentes más sangrientos hasta los topetazos más peregrinos... En fin, todo un repertorio de barbaridades que, a poco que uno recapacite siquiera medio minuto, llega a la conclusión de que su único objetivo es precisamente ése: el de captar y absorber la atención de los seres humanos más desvalidos en el terreno emocional.

    Prepúberes, púberes y postpúberes, las víctimas fáciles de los lobos mediáticos.

    Hace mucho tiempo que las consultoras de mercadotecnia, sobre todo las start-ups de nuevo cuño, comprendieron que el mundo adulto estaba demasiado agobiado, apaleado, y desencantado como para caer entre sus redes. Ya lo decía aquél: somos muy mayorcitos como para creer en duendes. Así que desviaron sus ávidos ojos hacia el sector de la población que, aun careciendo de ingresos económicos, podría ser convertido con facilidad en vampiros chupópteros de sus progenitores, que son los que sueltan la manteca, hasta edades cada vez más avanzadas.

    La oferta de ocio y pamplinas es realmente alucinante, sobre todo porque ellos creen (en serio, lo creen de todo corazón) que necesitan poseer toda esa legión de payasadas para ser álguienes dentro de ese mundo tenebroso y perverso en el que se ha convertido la adolescencia de hoy en día. Y los endiosados hechiceros mediáticos (allá atrincherados en sus torres de acero y cristal), se frotan las manos de contento, preparando sus pociones y elixires para acabar con esos tiernos cerebros que, en su cada vez más inmensa mayoría, ni siquiera van a tener la oportunidad de usar de un modo normal.

    Para levantarse contra ellos, por ejemplo.

    El casco de la moto te despeina, ¿cómo quieres que me lo ponga?; si no me mandan toques al móvil es que soy un@ apestad@ (también podría ser que sus colegas anduvieran cortos de saldo, pero eso no les entra en la mollera); tengo que beber para que me acepten (sí, la marca de moda, porque no vale cualquiera, que aluego te miran mal); si mi amiga me ha defraudado pues tengo que quitarle el novio, por zorra (esto último no lo entiendo, pero es el último grito en los chats -que están llenos de creativos de tendencias barrigudos haciéndose pasar por adolescentes despechadas-); el acoso a los compañeros no existe, es sólo una cuestión de defensa: nadie puede destacar por encima de la media...

    Gilipolleces de un docente agobiado, dirán ustedes... Pues a lo mejor va a ser que sí, responderé yo si no les importa.

    El mundo se está volviendo un lugar extraño. Igual cojo, me bajo, y me largo a colonizar Marte de forma unilateral...

    2006-01-20 16:57 | Categoría: Onanismo Mental | 4 Comentarios | Enlace

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    Comentarios

    1
    De: Kotinussa Fecha: 2006-01-20 17:50

    A ver qué tal ésta: hace dos años una alumna de 2º de ESO me confesó que era adicta a, no sé ni cómo se llaman, ¿carátulas? para el móvil. En cuanto reunía unos pocos euros se compraba otra nueva. Tenía docenas, y algunas las había usado sólo una vez.



    2
    De: Juaki Fecha: 2006-01-20 18:09

    ¡Juasss! Me la apunto: llegamos a extremos demenciales. Se veia venir.



    3
    De: RM Fecha: 2006-01-20 20:02

    Ojalá todas las adicciones fueran así. ¿Quién no ha coleccionado botellas de whisky, etiquetas, comics, discos, botellines de alcohol, los caballitos de Ceuta, libros, deuvedeses, bufandas, estampitas de futbolistas, latas de cerveza, cochecitos, banderines, frasquitos de perfume...?

    No sigo, que parezco un anuncio de fascículos septembriles.



    4
    De: V. Fecha: 2006-01-21 12:14

    Está la cosita muy marrr...
    Quiero suponer que cuando éramos así de jóvenes y maleables cual plastilina de colores nos comportábamos como gilipollas integrales, como los pobres infelices (ellos no lo saben) de ahora. Pero me cuesta creerlo, oigan. Me cuesta.

    V.



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