La soledad del documentalista de fondo
En los pocos ratos que tengo libres (es decir, las horas de sueño) estoy buscando información para mi próxima novela. Yo no soy, ni lo es ninguno de mis compañeros de afición, uno de esos escritores yanquis que tienen a su disposición todo un bufete de documentalistas que se encargan de averiguar por ellos todo lo que necesitan saber, quiá, aquí nos lo curramos desde las bases para hacer llegar a nuestros lectores una obra mínimamente profesional, coherente, y, si es posible, amena y cautivadora.
Pero es proceso de búsqueda de datos es un verdadero coñazo.
Y para mí lo es por dos razones fundamentales:
a) No sé dónde buscar lo que quiero buscar, y, a veces, lo mismo es que ni siquiera existe o no está al alcance del público.
b) A título personal, me doy cuenta de lo poco que sé, a pesar de llevar toda mi vida estudiando.
Esta última razón es, como comprenderán, la que más me pesa. Mi novela se desarrolla en Cádiz (qué raro), a principios del siglo XVIII. Uno de los protagonistas es Don José Cadalso y Vázquez (ya saben, el de las Noches Lúgubres y las Cartas Marruecas), que se tiene que mover por una ciudad… de la que ni siquiera encuentro un callejero. Y es ahí donde nace mi agobio: yo que amo esa pequeña isla en mitad del Atlántico con locura, no sé prácticamente nada de su historia real, más allá de las anécdotas que todos sus habitantes sabemos. Me encuentro incapaz de mover a este personaje por un escenario urbano que no puedo visualizar. Sí, tengo un mapa (alemán, eso sí que es flipante) general, un croquis de los Glacis que había ante las Puertas de Tierra, el esquema de los Baluartes que rodeaban la ciudad… Durán ustedes que tengo bastantes datos, sí, pero no los que yo quiero.
No encuentro, la verdad, cómo era el pulso de la ciudad, quiénes deambulaban por allí, y cómo; cuánto costaba una hogaza de pan, o viajar en postas desde la capital del reino, qué calles existían, cuáles no… El sentido de la vida en una ciudad inmersa sin quererlo en los desajustes de una Guerra de Sucesión, con armadas de toda Europa acosándola para poder tomar la plaza. Cómo era el mercado, a qué se dedicaban sus habitantes…
Me falta, me falta todo un crisol de detalles. En la inestimable biblioteca Cervantes Virtual he encontrado casi todo lo que me hace falta para perfilar a mi personaje, pero no encuentro nada parecido que me ayude a perfilar mi ciudad. Y es una pena, porque, sinceramente, la historia promete.
Quizá, en última instancia, tenga que hacer, aunque por otros motivos, lo que hizo Clarín con su Oviedo en La Regenta, ocultar tal nombre y llamarla Vetusta. ¿Qué nombre le pondré a Cádiz? No lo sé, porque tendré que reinventarla.
Nada nuevo bajo el sol, que dijo el divino William; tanto rollo para llegar al mismo resultado que aquel sabio mucho más sabio que yo: que sólo sé que no sé nada.