Cada tiempo tiene sus santones, y cada moda provoca el nacimiento de esa raza de personajes gilipollescos que, en otra época y bajo otras circunstancias, recibieron el nombre de “gurús”. Esto de las bitácoras (o los blogs, elijan ustedes el término que más les mole) no se iba a quedar sin ellos. Es ahora, con la tendencia firmemente calada en las mentes del populacho, con el fenómeno colocado bajo el mediático microscopio, con cualquier hijo de vecino afanándose en llenar uno, cuando las mentes pensantes, intelectualoides y críticas han empezado a analizar y a pontificar sobre ello. Es hora, pues, de tops-ten, de listas de “bitácoras-a-seguir”, de “imprescindibles”, de… pajas mentales, en suma.
Durante toda la vida me he preguntado qué es lo que le dice a un señor (o a una señora) qué está bien o mal, qué tiene calidad y qué no, cómo puede llegarse a esa especie de
satori en el que te crees poseedor de verdades absolutas y de criterios omniscientes. Las más de las veces, las tendencias mesiánicas se limitan a ocultar una megalomanía no diagnosticada: es decir, que te crees que tú eres la polla y el resto de los seres humanos sólo el vello púbico.
Insisto: los gurús han llegado a los blogs.
Y vienen como siempre. Nos dan lecciones sobre lo que debemos escribir, cómo tenemos que hacerlo, con qué imágenes hay que aliñar nuestros desvaríos. Dicen cosas como que la calidad de una bitácora es directamente proporcional al número de visitas diarias que recibe e inversamente proporcional al número de faltas de ortografía que presenta, o algo así. El gurú es listo, el gurú es sabio, el gurú tiene una mente privilegiada que le coloca por encima de nuestros tristes amasijos de neuronas.
Qué bien. Ya tenemos líderes. Para un trozo de libertad que nos quedaba. Ahora es cuando debería empezar la decadencia, cuando mercantilicen el fenómeno y lo conviertan en otra atracción de feria de corte mediático, como han hecho con tantas otras cosas a lo largo de la historia.
Yo, por si acaso, me limitaré a seguir desvariando, con el permiso de la concurrencia.