MICRORELATOS: LA VISIÓN DE NUESTRAS ALMAS
Enfurecida con el mundo, Patty arroja el abrigo y el bolso y las llaves y parte de su furia sobre el sofá mientras se sienta de un golpe y arroja su rostro contra las manos abiertas, convertidas en máscara que la aísla del exterior; una realidad que hace daño. Patty se balancea como una niña, de atrás hacia delante, emitiendo monosílabos absurdos entre sollozos que duelen como puñaladas en su garganta.
Otro día, otra historia, la transferencia de la angustia en oleadas extremas, esa esencia de podredumbre que parece rodear la realidad en capas milimétricas. Patty sabe que no aguantará mucho más, que tarde o temprano arrojará la toalla y se despeñará por las cuerdas del cuadrilátero.
Otro final de curso, otro rebaño de infamia expulsado a las fauces de una sociedad de lobos que quiere corderos. Patty hace lo que puede. Y nunca es bastante.