Fandom: Barro y diamantes.
Vaya por delante que no está en mi ánimo echar más leña al fuego. Ya está el ambiente lo bastante calentito como para que venga yo y utilice el fuelle de las palabras para avivar las llamas. No, no es esa mi intención. La situación, sin embargo, demanda que hagamos una profunda reflexión sobre los hechos que están ocurriendo dentro de esa entelequia que hemos dado en llamar “fandom”. Es decir, en esencia, un grupo de personas que tienen unos intereses en común: el género fantástico, en nuestro caso.
En estos momentos, y la verdad es que no sé muy bien por qué, todos opinan sobre todo, aun careciendo de pruebas, aun desconociendo los hechos. Se están diciendo tantas cosas, se está vertiendo tanta mierda sobre este mundillo nuestro, que ya hay un importante número de personas, de toda calaña y condición, que se plantean seriamente acabar con todo y mandar a tomar por culo todo aquello por lo que han luchado durante años, que no es más que buscar una suerte de reconocimiento social (a nivel cultural, se entiende) y acabar con la leyenda de que todos somos unos frikis, que lo somos, pero no en el sentido de “majaretas” al que suele estar asociado dicho término en la gestalt de nuestra sociedad.
Pero así, con el cariz que está tomando la situación, no vamos a ninguna parte.
Una parte de los aficionados, que no todos, parece no darse cuenta de que están utilizando un medio público y accesible para lavar trapos sucios, arreglar viejas cuentas, o, simplemente, hostigar y vilipendiar a autores que no caen bien por la causa que sea. Es un espectáculo bochornoso visto desde la barrera, e incluso desde dentro del ruedo. Y con esto no estoy diciendo que no tengan razón, o que no tengan derecho a opinar (que aquí la peña se siente rápidamente ofendida por un quítame allá esas palabras), Crom me libre, lo que intento argumentar es que hay lugares y lugares, foros y foros, momentos y momentos. ¿Estamos en crisis? Puede ser. ¿Necesitamos cambiar los viejos esquemas? Probablemente, con toda seguridad. Pero la blogosfera no es el lugar para debatir sobre ellos, ni el campo de batalla en el que soltar a los perros de la guerra para que arrasen con todo lo que pillen. No es hora de buscar culpables, sino de proponer soluciones, una de las cuales, por supuesto, supone aceptar la retirada definitiva; es decir, renunciar a todo y seguir como hace años: yo me lo guiso y yo me lo como, no necesito a nadie para intercambiar opiniones sobre tal o cual libro, tal o cual película, tal o cual autor... Todo hombre es una isla, rey de todo su territorio.
Quizá para eso deberían estar las Hispacones (o las LoqueseaCones, llamadle X), para debatir estas cuestiones, para lavar los trapos sucios, para dar por zanjadas las rencillas de porteras y los argumentos filosóficos de casapuerta. Nadie se merece lo que está sucediendo: opiniones sobre ideas sacadas de contexto, rumorología barata al estilo tomatero, crucifixiones públicas, búsqueda de culpabilidades imposibles (joder, ser tan retorcido como para decir que Rudy -lo cortés no quita lo valiente- tiene la culpa de que no se celebre la Hispacon de Córdoba raya lo demencial)... No, nadie se lo merece. No convirtamos esto en un tribunal popular al más viejo estilo de la prensa amarilla más casposa que ha producido este país.
Siempre pensé que este pequeño ghetto que compartimos estaba perlado de diamantes que relucían en el barro oscuro de la mediocridad y el adocenamiento que nos rodea en esta sociedad cada vez más gaznápira y cenutria. No quiero que desaparezcan. No quiero acabar los días vagando en solitario por uno de esos escenarios postapocalípticos, hundido en el cieno hasta los testículos, buscando un destello aislado.
Estamos hablando de un hobby, de una afición. La vida diaria ya es lo bastante perra como para que, además, tengamos que amargarnos los pocos ratos de asueto de los que disponemos. Un Concilio, esto es lo que de verdad necesitamos, un lugar donde debatir cara a cara, y plantear los verdaderos problemas sin subterfugios, nicks, ni alias. Me parece mentira que seamos tan inteligentes para unas cosas y tan gilipollas para otras. Y conste que me incluyo absolutamente. El que esté libre de pecado que se vaya al seminario.
Tengan un buen día.